Vivimos en una era que presume de tolerancia mientras censura lo que no entiende. Una era que defiende la libertad de culto siempre que ese culto pase por el tamiz de lo oficial, lo aprobado, lo bien visto por el Estado o la academia. Y en este panorama se encuentra Falun Dafa (también llamado Falun Gong), una práctica espiritual china que ha sido tachada de “secta peligrosa”, perseguida por el régimen comunista de Pekín y demonizada en muchos medios occidentales… sin que la mayoría de sus críticos haya practicado jamás uno solo de sus ejercicios.

¿Qué es entonces Falun Dafa?
Una escuela espiritual basada en tres principios sencillos: Verdad, Benevolencia y Tolerancia. Se practica mediante ejercicios de Qigong, meditación, estudio de textos y un camino moral. ¿Suena terrible? No.
¿Tiene una visión cosmológica propia? Sí, como el cristianismo, el islam o cualquier doctrina que intente responder a lo que la ciencia aún no toca.
¿Tiene un maestro fundador con ideas extrañas? Sí, como Buda, Jesús o Mahoma.
¿Tiene frases arcaicas, metáforas espirituales e incluso creencias que hoy pueden sonarnos chocantes? Por supuesto. Como todas las religiones.
Lo que molesta de Falun Dafa no es su contenido. Es su independencia.
El problema con Falun Dafa no es que hable del karma o de la reencarnación. Tampoco que practique estiramientos, meditación o autocultivo.
El problema es que se volvió masivo, autónomo, y difícil de controlar para un régimen que no permite competencia espiritual.
El Partido Comunista Chino, que ha hecho del ateísmo de Estado una religión fanática, no soportó que millones de personas siguieran una vía de desarrollo interior que no podían espiar, infiltrar o moldear. Y como ha pasado en toda dictadura, la solución fue propaganda, represión y muerte.
¿Suena exagerado? Busca: extracción forzada de órganos, campos de reeducación, tortura, desapariciones. Todo esto, documentado por organismos de derechos humanos, contra una comunidad de personas que… meditan.
¿Y qué hay de la crítica occidental?
Aquí viene el doble rasero.
Muchos que condenan a Falun Dafa lo hacen desde la comodidad progresista de Occidente, sin cuestionar ni una línea del Vaticano, del Corán o del Talmud. Sin embargo, les resulta intolerable que un maestro chino hable de “castigo kármico” o “desviaciones morales” según su cosmovisión.
¿Falun Dafa tiene una lectura espiritual del universo? Sí.
¿Tiene dogmas? Algunos.
¿Adoctrina? Solo si consideras que leer libros libremente y meditar es adoctrinamiento.
¿Mata? ¿Lava cerebros? ¿Obliga a nadie a creer? No.
¿Es Falun Dafa una secta?
Si lo es, entonces también lo son el budismo tibetano, los Testigos de Jehová, los derviches sufíes y cualquier práctica que no pase por el dogma científico-materialista del siglo XXI.
Lo que hay que hacer —y aquí me pongo como Manuel Pestaña con la camisa arremangada— es mirar los hechos:
Hay miles de personas que han encontrado salud, dirección y sentido en la práctica de Falun Dafa.
No hay un solo atentado, crimen, ni red criminal vinculada a esta práctica.
Hay, en cambio, millones de documentos, reportajes y pruebas del genocidio encubierto del PCCh contra estos practicantes.
Conclusión cruda
Falun Dafa puede parecerte raro. Puede que no te interese. Puede que no compartas su visión del cosmos. Perfecto. Pero no confundas lo diferente con lo peligroso.
En un mundo que permite rezar a dioses que piden sacrificios o castigan con fuego eterno, permitir que alguien respire, estire el cuerpo y lea sobre virtud debería ser lo mínimo que toleremos como sociedad libre.
Así que si vas a criticar a Falun Dafa, hazlo con práctica en el cuerpo, con lectura crítica en la cabeza, y no con prejuicios reciclados de algún telediario lleno de miedo y desinformación